¿Qué tipo de relaciones se establecen entre quienes están al frente de santuarios o de otras entidades protectoras de animales y las personas que se ponen en contacto con ellas por alguna problemática en concreto? ¿Es buena? ¿Comprensiva? ¿Qué emociones acompañan a estas relaciones? ¿Existen roces?

Os hago un spoiler y os adelanto que sí, que no siempre, pero, que en ocasiones, hay relaciones bidireccionales que no son positivas. Y en estos casos, ¿qué soluciones hay? ¿Con qué emociones y recursos contamos? ¿Qué papel jugamos como personas y como sociedad para solucionar estas problemáticas vinculadas a la falta de (re)conocimiento y de empatía?

Las comunicaciones con los santuarios o entidades protectoras de animales

La mayoría de los mensajes que podemos leer de personas particulares a santuarios o entidades de protección de animales en redes sociales son muestras de cariño y de apoyo. Esto entra dentro de una lógica en la cual la subsistencia de estos espacios depende, en buena medida, del apoyo (no solo económico) de quienes siguen las andanzas de los animales a través de las redes. Las aportaciones de las personas que simpatizan y empatizan son fundamentales para poder seguir visibilizando, salvando y cuidando a las especies acogidas.

Pero no siempre todos los comentarios son de personas colaboradoras, socias o madrinas y, en ocasiones, surgen fricciones entre el público que se pone en contacto por una cuestión en concreto y quienes están al frente de estos espacios.

El objetivo de este artículo es reflexionar sobre estas relaciones bidireccionales negativas, las problemáticas que las producen y la responsabilidad que tiene la sociedad para que estas fricciones desaparezcan.

Las situaciones que se encuentran las personas que contactan con los santuarios de animales

Cuando una persona que no sabe cómo proceder al encontrarse con un animal que necesita ayuda lo primero que suele hacer es ponerse en contacto con santuarios o entidades protectoras de animales. ¿Por qué? Pues, sin duda, porque son las entidades más expuestas por su lucha constante a favor de los animales. Si desde el estado existiera alguna agencia o se facilitaran recursos que visibilizaran esta lucha tanto como los santuarios u otras entidades protectoras podrían ser también destinatarios de estas llamadas de auxilio, pero no es el caso.

Pero centremos la reflexión en el momento previo a ponernos en contacto con una entidad de protección animal. Quizás deberíamos preguntarnos si somos conscientes de lo que implica ayudar a alguien. La primera persona que debe asumir la responsabilidad de ayudar somos nosotras y nosotros mismos, las personas que nos encontramos con la situación concreta, ya que llamar y traspasar toda la responsabilidad a un santuario o entidad protectora es una manera de dejar nuestra conciencia tranquila pero sin implicarnos más allá de una llamada.

Por lo tanto, el hecho de que ninguna institución pública tenga tal grado de visibilidad como para que la gente se ponga en contacto con ella (algo que, por otro lado, es la esencia de los santuarios y entidades protectoras que sobreviven gracias a las financiaciones privadas y a su exposición al máximo número de personas); y, la falta de responsabilidad propia de las personas que queremos ayudar pero sin implicarnos demasiado, son algunas de las causas de los malos entendidos y frustraciones y que son pagadas con las personas que no tienen culpa de esta despreocupación política y del vacío institucional que tienen que ocupar y del desconocimiento por parte de la sociedad sobre estos espacios de protección, sus tiempos y sus funciones.

Las situaciones que se encuentran las personas responsables de los santuarios de animales

Todavía no tenemos una definición clara de santuario animal ni una ley que los regule y, por ello, (sobre)viven en una alegalidad que, ya de por sí, les pone las cosas muy complicadas. Si además, añadimos más problemas a los que ya tienen en su día a día y la función obligatoria e instantánea de atender sí o sí a cada persona concreta que se ha encontrado a un animal herido o con problemas, estamos poniendo piedras en un camino ya empedrado.

Porque cuando alguien se pone en contacto para salvar o proteger a un animal, pero el santuario o la entidad protectora en cuestión no puede acogerlo o atender dudas en ese momento por falta de todo tipo de recursos (humanos o económicos), y se responde a esta situación con críticas, acusaciones o chantajes emocionales, estas circunstancias conllevan un desgaste emocional de quienes están en los santuarios o entidades protectoras de animales que se suma al propio del trabajo que hacen.

Porque el trabajo en un santuario u otra entidad protectora es duro física y emocionalmente hablando. Muchos de los animales con los que conviven tienen problemas o están enfermos y algunos de ellos no los superan y mueren. Desde que sigo activamente a santuarios de animales, todavía recuerdo pérdidas que me llegaron a lo más profundo de mi corazón como las del Pirata Nelo, Barto, Napo o Samuel. Por mencionar algunos. Sigo acordándome de ellos y me emociono, por lo que no me puedo ni imaginar el dolor que tienen que sentir sus madres, padres y abus humanos. Tiene que ser abrumador y está en nuestras manos no aportar más piedras emocionales en las mochilas de estas personas.

Elster define que el sentimiento de ser tratado injustamente precisa de tres elementos: primero, se percibe una situación como moralmente equivocada; segundo, se produce intencionalmente de modo no casual; y, tercero, puede ser rectificada mediante una intervención social. Y, por su parte, Sennett nos dice que una falta de respeto puede llegar a ser tan hiriente como un insulto, puesto que no concede reconocimiento a la otra persona, no se la ve como alguien que importa y esta ausencia de reconocimiento es lo mismo que la escasez de respeto.

Hagámosles caso y no seamos injustas e injustos con las personas que están al frente de santuarios o entidades protectoras de animales y no escaseemos en muestras de respeto, que no cuestan nada.

La gran problemática que causa estas relaciones negativas

Si profundizamos más allá de los ejemplos concretos que hemos apuntado, hay una cuestión de fondo que es la que vertebra estas problemáticas: la falta de (in)formación formal y no formal con respecto a nuestra relación con el resto de animales. Es una temática que no está en el currículum, pero tampoco en las actividades extraescolares o formando parte de programas educativos o de sensibilización de otro tipo de entidades sociales.

Tienen que ser los santuarios y las entidades de protección animal las que asumen también ese papel con sus propios recursos (humanos, materiales, emocionales…) para (in)formar y sensibilizar a personas que ya de por sí están interesadas, ya que al resto de la sociedad no tienen la posibilidad de llegar sin apoyo institucional público. Y esto tampoco se da.

El punto de unión entre todas las partes: La empatía, la (in)formación y la sensibilización

La falta de reconocimiento social de existe hacia los santuarios y las entidades de protección animal; el último empujón que nos falta para responsabilizarnos en el proceso de ayuda más allá de hacer una llamada de teléfono; y, el desconocimiento que tenemos como sociedad que hace que en un momento determinado no sepamos cómo actuar con un animal que necesita ayuda, causan, como hemos visto, fricciones que no ayudan, en ningún caso, a los protagonistas de toda esta historia: los animales.

Pero, si hay algo que nos une a los humanos que se pueden encontrar en alguna de las situaciones descritas hasta ahora son las emociones que nos despiertan los animales. Si trabajamos o colaboramos con los santuarios o entidades protectoras las emociones están claras, pero si nos paramos para ayudar a un animal aunque no sepamos cómo y no tengamos la suficiente seguridad todavía como para responsabilizarnos, también están ahí las emociones. Por lo tanto, aprovechémoslas para construir puentes que nos hagan actuar con justicia, respeto y empatía.

Según Elster, las emociones o estados de ánimo son la materia de la vida. Las hay muy poderosas, como el amor y más sutiles como la esperanza, pero ninguna experiencia es afectivamente neutral. Las emociones nos importan porque nos conmueven y porque a través de sus vínculos estabilizan la vida social. Y tenemos que aprovechar esta fuerza para trabajar a favor de los animales con la empatía por bandera hacia todos los seres involucrados en este proceso.

Porque para brindar ayuda y protección a los animales hay que ponerse en su lugar, y, para ello, es imprescindible, por una parte, (in)formación y recursos por parte de las instituciones públicas para reducir nuestro sesgo antropocéntrico, aprender sobre las otras especies a las que queremos ayudar y sobre los procedimientos de actuación cuando nos encontramos con un animal en apuros o ante una situación de maltrato; y, por la otra, la sensibilización para la asunción de responsabilidades con respecto a ellos. Y para comprender la realidad de los santuarios y otras entidades de protección de animales también hay que ponerse en su lugar y comprender que no siempre tienen tiempo, espacio y recursos para ayudar en cada situación particular.

El día que la educación, la sensibilización y la empatía confluyan se acabarán las problemáticas anteriores, las relaciones serán positivas y este artículo no tendrá ningún sentido. ¡Hagámoslo posible!

Referencias

Elster, Jon. 2003. Turcas y tornillos. Una introducción a los conceptos básicos de las ciencias sociales. Barcelona: Gedisa

Sennett, Richard. 2006. El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdades. Barcelona: Anangrama. Colección Argumentos

Nerea Azkona

Antropóloga ecofeminista y doctora en Ciencias Políticas que trabaja como consultora y formadora en desarrollo sostenible en la cooperativa vasca AIEDI Faktoria en donde es responsable de las áreas de ODS-ostenibilidad y Recursos educativos.