El próximo mes de diciembre el Comité Intergubernamental de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial se reunirá para evaluar las 54 candidaturas presentadas durante el año 2020 y decidir cuáles se sumarán a la lista de actividades y tradiciones tuteladas por el organismo internacional. Entre las candidatas figuran, entre otras, la cultura de la sauna finlandesa, las técnicas centenarias de construcción en madera de Japón y diversos tipos de artesanía, técnicas de cultivo, juegos, ceremonias y expresiones artísticas de medio centenar de países de todos los continentes.

Su inclusión en la lista implica el compromiso de proteger estas actividades o manifestaciones por parte de los Estados que han suscrito el convenio correspondiente con la UNESCO, a la vez que otorga a estos el derecho a reclamar ayudas económicas procedentes del Fondo destinado a su salvaguarda.

La tauromaquia no está en la lista de candidatas, a pesar de los deseos del sector y de algunos grupos políticos, que se han traducido en los últimos años en la aprobación de declaraciones en este sentido por parte de algunos ayuntamientos de España, Portugal, México y Venezuela. 

Es de celebrar que, al menos en esta ocasión, ni siquiera sea tenida en cuenta como candidata una tradición que, al margen de la valoración moral que merece, ni siquiera responde a las características que, según la propia UNESCO, definen el patrimonio cultural inmaterial: “tradicional, contemporáneo y viviente al mismo tiempo”, “integrador”, “representativo” y “basado en la comunidad”.

¿Construir la paz a base de sufrimiento?

No parece razonable que un organismo de Naciones Unidas cuyo lema es “construir la paz en la mente de hombres y mujeres” proteja una actividad que está lejos de propiciarla. ¿Aprobaríamos que la UNESCO incluyera en la lista de patrimonio inmaterial de la humanidad la mutilación genital femenina o la lapidación de las personas que han cometido adulterio? No, ¿verdad? Que una determinada práctica forme parte del patrimonio cultural de ciertos grupos de personas no implica que deba defenderse o perpetuarse. 

Lo mismo sucede con la tauromaquia, un espectáculo que se basa en torturar y asesinar a un ser sintiente. Frente a la falacia de que “el toro no sufre”, que esgrimen algunos aficionados, existen numerosas investigaciones científicas que demuestran que los toros sufren “física y emocionalmente” durante todos los eventos de este tipo, incluidos aquellos en los que no se les da muerte en público, como encierros y lidias incruentas. La Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y del Maltrato Animal (AVATMA) recoge varias en su web. 

Además de padecer dolor físico, los animales sufren dolor emocional y tienen conciencia. Así lo recoge la Declaración de Cambridge, suscrita en julio de 2012 por un prestigioso conjunto de neurocientíficos que asistían a un congreso sobre la conciencia: “El peso de la evidencia indica que los seres humanos no son los únicos que poseen la base neurológica que genera la conciencia. Los animales no humanos -incluidos todos los mamíferos y las aves, así como otras criaturas, como los pulpos- también poseen esa base neuronal”.

Tauromaquia: sexismo y colonialismo

Pero también desde el punto de vista del desarrollo humano la tauromaquia reproduce patrones que impiden avanzar a las sociedades y que están ligados al heteropatriarcado y al colonialismo. 

El politólogo y filósofo de la Universidad de los Andes (Colombia) Iván Ávila Gaitán incide en ello cuando subraya que “las corridas de toros son un legado colonial en un doble sentido,” ya que “refuerzan la estructura sexual y la concepción de la naturaleza occidentales”. En este sentido, Ávila Gaitán considera que “la estructura sexual occidental se ve claramente reflejada en el estereotipo del torero (hombre) viril, valiente/violento enfrentándose a la bestia/animal/naturaleza (toro) y, por ahí derecho, seduciendo (sometiendo, conquistando) a las damas (mujeres)”. “Tampoco podemos olvidar -añade- que la socialización mediante la violencia es una cuestión típicamente masculina. En las corridas de toros se exhibe toda esta performance de la dominación, de la dominación de las mujeres, los animales y la naturaleza”.

Una actividad en declive

Todas las cifras confirman que la tauromaquia está en vías de desaparecer, aunque quizá no lo haga a la velocidad a la que nos gustaría. El 56,4% de los españoles está en contra, frente a un 24,7% que está a favor, según una encuesta de SocioMétrica realizada para el diario El Español, que es un medio poco sospechoso de antitaurinismo, y publicada en enero de 2019, y el 46,7% es partidario de prohibirla, de acuerdo con un sondeo de Electomanía realizado el pasado mes de mayo. Dos años antes, el estudio demoscópico Bienestar animal, identidad nacional y cambio social, difundido en Journal Of Agricultural And Environmental Ethics, había avanzado que más del 60% de las personas que viven en nuestro país no están de acuerdo con que la tauromaquia sea considerada patrimonio cultural español.

Por otro lado, un estudio realizado por AVATMA y publicado por eldiario.es indica que en 2019 se celebraron un 61% corridas de toros menos que el año anterior. Y eso que la pandemia de covid-19 aún no había hecho su aparición. Esperemos que esta tragedia colectiva tenga, al menos, una consecuencia positiva y acelere el fin de un fenómeno en declive.

Referencias mencionadas: 

Belén Domínguez de Antonio

Periodista, trabaja en él Área de Educación del Museo Reina Sofía. A lo largo de su carrera ha trabajado en plantilla y como freelance en varias editoriales y en la Secretaría de Estado de Comunicación.